Abres los ojos y te encuentras en un pequeño espacio,
rodeado de señales de anteriores turistas. La pared está llena de “te quiero” y
números de teléfono que nadie utilizará jamás.
El olor es una mezcla de orina y excrementos.
Mi nariz se acostumbra pronto. No tengo
prisa.
He descendido a un infierno.
La única luz que percibo es la de la
escotilla por la que he caído. No la alcanzo. Está muy lejos. Como cada uno de
nosotros, cada vez más lejos. La edad nos vuelve usureros del tiempo, banqueros
que exprimen hasta la última gota el factor ego. En mi caída, quedaron muchos
cadáveres por el camino. Sin un hasta luego, ni una sepultura digna.
Contemplo mis manos manchadas. Resecas. Las
cuerdas se quedarán presa de ellas. Soy bueno haciendo nudos, aficionado atando
cabos en los ratos libres.
Lo bueno de caer es que tienes que
levantarte. No tienes otra alternativa salvo la de rendirte, y esa la dejaremos
para más adelante si la edad termina por consumirme.
La poca claridad termina por apagarse. No
queda nadie. Estás sólo. Te imaginas estrellas para hacer de tu soledad un
lugar más cálido. Olvidas que su luz está muerta desde hace años, tal vez
centenares. Es fría. Vuelves a encontrarte sólo.
Pienso en ti y en los demás. La melancolía
trata de arrinconarme. Recuerdo las sonrisas y los buenos momentos. Tomo
ventaja. Gano el duelo. Me siento un poco menos yo, más nosotros.
Recuerdo cuando nosotros lo era todo. Cuando
el compromiso al nosotros impedía el paso a las sombras que nuestros cuerpos
proyectaban contra la pared de nuestro refugio de arañas y goteras. Nuestro
refugio atómico, donde las penas no podían escapar sin la debida letra.
Cada vez estos recuerdos parecen más lejanos.
Miro hacia un lado. Un espejo fracturado por mil desilusiones alcoholizadas me refleja tu imagen y la suya
también. Estamos todos atrapados aquí, en este extraño lugar llamado infierno.
Fíjate lo perra que es la vida, que sentido
del humor tan fino que hasta me arranca una sonrisa.
Al final, “nosotros” no somos tan distintos.
Hacemos un último brindis ante los espejos quebrados. Nos despedimos. Adiós ,
hasta que alguien nos rescate de nosotros mismos.
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