sábado, 15 de junio de 2013

Descensos



Abres los ojos  y te encuentras en un pequeño espacio, rodeado de señales de anteriores turistas. La pared está llena de “te quiero” y números de teléfono que nadie utilizará jamás.
El olor es una mezcla de orina y excrementos.  Mi nariz se acostumbra pronto. No tengo prisa.
He descendido a un infierno.
La única luz que percibo es la de la escotilla por la que he caído. No la alcanzo. Está muy lejos. Como cada uno de nosotros, cada vez más lejos. La edad nos vuelve usureros del tiempo, banqueros que exprimen hasta la última gota el factor ego. En mi caída, quedaron muchos cadáveres por el camino. Sin un hasta luego, ni una sepultura digna.
Contemplo mis manos manchadas. Resecas. Las cuerdas se quedarán presa de ellas. Soy bueno haciendo nudos, aficionado atando cabos en los ratos libres.
Lo bueno de caer es que tienes que levantarte. No tienes otra alternativa salvo la de rendirte, y esa la dejaremos para más adelante si la edad termina por consumirme.
La poca claridad termina por apagarse. No queda nadie. Estás sólo. Te imaginas estrellas para hacer de tu soledad un lugar más cálido. Olvidas que su luz está muerta desde hace años, tal vez centenares. Es fría. Vuelves a encontrarte sólo.
Pienso en ti y en los demás. La melancolía trata de arrinconarme. Recuerdo las sonrisas y los buenos momentos. Tomo ventaja. Gano el duelo. Me siento un poco menos yo, más nosotros.
Recuerdo cuando nosotros lo era todo. Cuando el compromiso al nosotros impedía el paso a las sombras que nuestros cuerpos proyectaban contra la pared de nuestro refugio de arañas y goteras. Nuestro refugio atómico, donde las penas no podían escapar sin la debida letra.
Cada vez estos recuerdos parecen más lejanos. Miro hacia un lado. Un espejo fracturado por mil desilusiones  alcoholizadas me refleja tu imagen y la suya también. Estamos todos atrapados aquí, en este extraño lugar llamado infierno.
Fíjate lo perra que es la vida, que sentido del humor tan fino que hasta me arranca una sonrisa.

Al final, “nosotros” no somos tan distintos. Hacemos un último brindis ante los espejos quebrados. Nos despedimos. Adiós , hasta que alguien nos rescate de nosotros mismos.



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